Odisea

Probablemente no hay, en toda la literatura occidental, una obra más rica en motivos que la Odisea, compuesta a finales del siglo VIII a.C. por un gran poeta que llamamos Homero, tal vez el mismo autor de la Ilíada o un discípulo próximo. Compuesta en hexámetros (que los filólogos alejandrinos distribuyeron en veinticuatro cantos, al igual que la Iliada) según las técnicas de la tradición oral, la Odisea es sin embargo mucho más moderna que un cantar de gestas. Se trata de un primer relato de aventuras casi novelescas, con diversos registros y ambientes, como diverso y vario es su protagonista, Odiseo, al que los latinos llamarían Ulises.
Sus andanzas y aventuras, en el lapso de los diez años que tardó en regresar al hogar tras participar en la guerra de Troya, forman la apretada trama de este relato fascinante. De un lado tenemos el palacio de Ulises en Ítaca, y los de Néstor en Pilo y de Menelao en Esparta, que visita el fiel hijo Telémaco, y donde se oyen noticias de Troya; pero también está el escenario de las aventuras marinas, que nos relata el propio Ulises en Feacia, y éste ya es el ámbito de lo imaginario, lo maravilloso y lo fantástico, el de prodigios y monstruos, magas y ninfas: Odiseo oye cantar a las sirenas, ciega a Polifemo, tiene amores con Circe y Calipso en islas mágicas, se adentra en el Hades, más allá de los confines de la vida... Ulises es el marino errante, el astuto y disfrazado mendigo que pugna por recuperar su antiguo rango y a su esposa Penélope. Todos estos episodios se han hecho tan universales que los conocen incluso quienes no han leído la Odisea: forman la base misma de nuestra tradición cultural.